MEMORIAS DE HUMO
Al bajar por la cuesta hacia la aldea toscana, lo recibió la cálida brisa del atardecer. El aroma del humo invadió sus fosas nasales, lanzándolo en un viaje a través del tiempo. Era un olor familiar, una fusión de hojas chamuscadas de pinos y eucaliptos. Cerró los ojos. En un segundo se convirtió en aquel niño que siempre acompañaba a su padre mientras removía con el rastrillo las cenizas, apartando los huesos quemados para tirárselos a las gallinas. Con los párpados apretados, fruncido el entrecejo, se vio después por la campiña francesa en tiempos medievales, esa triste mañana del éxodo después de la peste, mientras esquivaba los burgos con las calles sembradas de cadáveres. Su viaje lo llevó luego hasta los suburbios de la Roma Imperial, detrás de los albañales, donde pequeñas turbas se disputaban los trozos de unos cerdos recién sacrificados, y los fogones encendidos inundaban el aire con una densa humareda. Aspiró esos olores antiguos como quien quiere retener un perfume para siempre.
Y al abrir los ojos, nuevamente en Calcuta, ella recordó que ahora su nombre era Shami.
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