VISIONES EN LA TORRE

 

tapa-visiones

 

 

VISIONES EN LA TORRE
Novela breve
ISBN: 978-987-554-148-1
Páginas: 112
Simurg, Buenos Aires, 2010

INTRODUCCIÓN A LA TRAMA

Año 1672. Condenados a muerte por los crímenes cometidos, Nicholas Ashterwood y Hardy Jamieson comparten la misma celda en la Torre de Londres, mientras aguardan la hora de su ejecución. ¿Qué extraños lazos podrían unir a estos dos desconocidos? ¿Hasta qué punto es posible remontar el curso del tiempo para entrever los hechos del pasado? Alguien se encargará de dejar constancia escrita día por día acerca de estas misteriosas experiencias regresivas.

CONTEXTO HISTÓRICO

Desde el siglo XII y hasta el siglo XVII la Torre de Londres, además de ser la principal fortaleza y armería real, recluyó en su interior a muchos convictos. Según el Libro de los Reclusos en su mayoría se trataba de nobles, miembros de la realeza acusados de traición, prisioneros de guerra o intelectuales caídos en desgracia, aunque según dan cuenta otros registros, también fueron alojados en sus celdas algunos criminales comunes condenados al cadalso. La «Bloody Tower» y la «Traitors´Gate» han sido los escenarios del encarcelamiento, la tortura y las ejecuciones más célebres, en tanto que los prisioneros de bajo rango usualmente eran ejecutados en la Colina de la Torre, a la vista del pueblo.

PALABRAS DE PRESENTACIÓN  DE LA OBRA EN LA FERIA DEL LIBRO EN GAIMAN  A CARGO DE JORGE EDUARDO LENARD VIVES – 15 de mayo de 2010

(Publicado en «Visiones en la Torre»)

 

visiones_feria_gaiman

 

 

“VISIONES EN LA TORRE” DE CARLOS DANTE FERRARI:

METEMPSICOSIS, MESMERISMO Y EL ETERNO RETORNO DEL DOLOR

Por Jorge Eduardo Lenard Vives

 

 A veces, los autores toman la materia de las que sus obras están hechas, “the stuff which dreams are made of”, al decir de Shakespeare, de los recovecos más hondos de su personalidad; de esos sitios latebrosos, ocultos, ubicados en los confines profundos del espíritu y la mente.

 

Sólo así puede entenderse que surjan creaciones como, por ejemplo, las de William Blake. Cuando en su obra “Matrimonio del cielo y el infierno”, leemos su tenebrosa descripción de la “imprenta en el Infierno”, en la cual “se trasmite el conocimiento de generación en generación”, enseguida nos preguntamos: “¿cómo pudo Blake escribir esto? ¿En qué lugar de su persona estaba oculta tamaña complejidad? ¿Qué cataclismo hizo surgir de las profundidades abisales de su ser estos leviatanes de la imaginación?”.

 

Ideas de ese tipo parecen venidas desde distancias lejanas. Tomando un par de palabras de la ciencia, parece que viniesen desde un lugar situado a miles de parsecs en el espacio y cientos de eones en el tiempo. Sin embargo, los críticos literarios, en su afán de sistematizar, de encuadrar sus estudios, tienden a buscar explicaciones simplistas sobre la génesis de estos pensamientos. Es así que los exégetas intentan explicar, racional y lógicamente, lo inexplicable. Ejemplo de ello son Rafael Llopis o Juan Jacobo Barjalía, dos de los principales comentaristas de la obra de Howard Philips Lovecraft; quienes pretenden atribuir las pesadillas del escritor de Providence a su educación infantil, a su ambiente familiar, a su relación con la sociedad.

 

Pero el escritor sabe que la explicación no es tan fácil; que lo que escribe surge de lugares de su espíritu que son habitualmente inasequibles, incluso para él mismo; y que salen a la luz sólo cuando algún condicionante los dispara al conciente. Hace un tiempo, la escritora Olga Starzak publicó en el blog Literasur una nota referida al papel de las musas en la creación literaria. Tal vez las musas hagan eso, recitar al oído del artista una palabra clave, un código secreto; que hace que el artista, revolviéndose y rebuscando dentro de sí, haga visible la parte oculta del iceberg.

 

Y desde estos lugares, sitos en lo más hondo de la naturaleza humana, es de donde Carlos Dante Ferrari extrajo el material que le permitió crear “Visiones en la torre”; esta excelente novela que hoy tengo el honor de presentar nuevamente. Una novela sólida, profunda en su contenido, densa en sus ideas; pero de amena lectura, y lenguaje ágil y atrayente. Con personajes bien logrados, que interesan al lector – una de las principales características que debe tener una novela -; con un argumento contundente que se desenvuelve en forma gradual, como una madeja de lana, dejando el lugar exacto para lograr el suspenso que atrapa y hace que quiera leerse la obra de un tirón, para conocer el final – un final que a su vez tiene una coda inesperada, que sorprende. Esta cualidad de la novela ya fue experimentada por Carlos cuando la publicó por entregas periódicas en su blog, como si fuera un viejo folletín de “Las aventuras de Rocambole” de Poinson de Du Terrail; una valiosa iniciativa a la que se agregó la magnífica versión en audio.

 

Sin embargo, más que comentar la obra desde un punto de vista formal, quisiera profundizar un poco en su fondo, en su contenido; que da para mucho. “Visiones en la torre” no es sólo la narración de la metempsicosis de dos individuos a lo largo de la historia universal, que conocemos gracias a los recuerdos que uno de ellos recupera de sus vidas pasadas mediante el mesmerismo.

 

En realidad, la novela es, básicamente, un viaje al dolor humano; un racconto de la sevicia, la crueldad y la maligna estulticia con la que los seres humanos nos hemos tratado, unos a otros, a lo largo de la vida del mundo. Pero este viaje no es lineal: es cíclico; y cada ciclo forma, a la vez, un círculo completo; una figura que nos trae enseguida a la mente el concepto del “eterno retorno”, rescatado de la tradición histórica por Friederich Nietzche en el siglo XIX; y recordado en tiempos más modernos por Mircea Eliade.

 

Y esta circularidad es la que logra instalar una profunda desazón en el lector de “Visiones en la torre”; quien, a lo largo de los capítulos, se va dando cuenta de que la historia se repite con la misma inexorabilidad implacable con la que sopla el viento patagónico sobre nuestra meseta: una y otra vez. En ese sentido, la novela no da respiro. Se nos representa, entonces, la frase grabada en el frontispicio del infierno descripto por Dante Alighieri: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. De hecho, como en los círculos del Dante, en las distintas vidas de los protagonistas de los capítulos de “Visiones en la torre”, los condenados deben perder la esperanza.

 

Esta semejanza llega a tal punto que, al leer las escenas fuertes y sin concesiones descriptas por Carlos, podemos imaginarlas pintadas con los trazos inquietantes de Gustavo Doré; con sus demonios y sus tormentos; con sus lavas incandescentes y sus vapores candentes; con sus dolores y sus horrores. Por ejemplo, este párrafo:

 

“De repente, al superar una lomada, apareció ante la vista un espectáculo sobrecogedor: atravesando el centro del valle como un río seco, la Vía Appia desplegaba su extensa línea de seis pies de anchura… Bordeándola sobre ambos lados, como si fueran los mojones ominosos de una cruel victoria, se alzaban cientos de cruces enhiestas, con los cuerpos izados de otros tantos esclavos… el muestrario infame de la mayor barbarie, la secuela de un salvajismo inaudito”

 

En la misma línea del pensamiento de Carlos, encontré hace poco un cuento de la premio Nobel Nadine Gordimer, llamado Karma; que refleja una idea similar. Existe la pena de muerte, dice Gordimer, “pero también existe algo así como la pena de vida, volver una y otra vez, no hay escapatoria; eso es el infinito… Significa estar condenado a vivir por siempre”.

 

Éste, el de la circularidad, el de la vida eterna, es uno de los ejes argumentales de la novela; un eje horizontal, por decirlo de alguna manera. A este eje argumental se agrega otro eje, transversal, que complejiza y hace aun más interesante, si cabe, a la obra. Se trata del permanente tránsito entre el mundo de vigilia y el mundo onírico que efectúan los personajes; un continuo pasaje que hace perder la noción sobre dónde comienza la vida real y dónde el sueño.

 

El fluctuar de la realidad y el ensueño está en el origen mismo de la novela; de lo cual el escritor ha dejado constancia desde su título. El gatillador de la obra fue la visión que tuvo el autor, desde las almenas de la Torre de Londres, de la aparente irrupción del mundo antiguo en pleno siglo XXI. Así como el sabio descubrió la fórmula química del benceno soñando con la serpiente Euroboros; de la misma manera Carlos Ferrari creó su obra inspirado en la súbita y casi aterradora visión de un campamento medieval bullendo de vida frente a la explanada de la torre, cuyos cuervos nos recuerda en la portada de su libro. Existía una explicación prosaica, racional: el campamento era fruto de la representación teatral que realizaban unos actores de una escena habitual en el Londres pretérito. Pero la inopinada visión, al mezclar virtualmente sueño y realidad, dio nacimiento a la novela que hoy podemos disfrutar.

 

Esta sensación de duermevela, por lo tanto, no sólo precedió a la creación de la obra, sino que campea en toda su extensión; e incluso se prolonga luego de su término, cuando el lector intenta imaginar que podría suceder más allá de la palabra “fin”. Porque la novela también deja eso: un atrapante final abierto, que incentiva la imaginación.

 

Siguiendo el análisis de este eje argumental, que mezcla sueño y realidad, es lógico entender que un escenario como el de la Torre de Londres, con su trágica carga histórica, genere sensaciones que motivan un argumento como el que desarrolla Carlos Ferrari. De hecho, el tenebroso edificio ha sido fuente de inspiración para varios filmes clásicos de horror, que rescatan sus escenarios sombríos y góticos. Es precisamente este punto el que también captó nuestro escritor; su novela tiene mucho de novela gótica. Pero no de lo que actualmente se llama novelas gótica, con un contenido más bien romántico; sino de las novelas de horror gótico tradicional, al estilo de “El castillo de Otranto”, de Horace Walpole.

 

Y el “Lasciate Ogni Speranza Voi Ch’entrate” con que Ferrari condena a su dos protagonistas al envolverlos en su eterno ciclo circular; vuelve a presentarse en esta dimensión de su obra. Nicholas Ashterwood y Hardy Jamieson, están sentenciados a muerte: no tiene esperanza alguna de evitar ese irremediable final que les espera pocos días después. “Sé muy bien”, dice uno de ellos, “que dentro de poco, cuando atraviese ese umbral, será por última vez, en camino hacia el cadalso”. Se refugian, entonces, en el sueño; pero, lejos de ser una forma obtener un mínimo de felicidad escapándose de la realidad, como sucede al condenado del cuento de Ambrose Bierce, “El puente del búho”, a ellos el sueño les depara sólo horror. Son pesadillas, que tornan más opresiva aun su realidad. Este párrafo es un ejemplo:

 

“Mientras estuve acompañado al menos tenía algún consuelo, alguien con quien compartir tantas dudas y temores. Pero ahora… mis sueños se han vuelto caóticos. Apenas empiezo a dormitar, los delirios me acosan hasta quitarme el aliento. Y al despertar de cada pesadilla suelo preguntarme donde estoy, en qué tiempo, quién soy. Las imágenes, el presente y el pasado, se están entremezclando de una manera diabólica”.

 

Al leer las páginas de “Visiones”, el lector se introduce en un ambiente de penumbras, de entreluces, cuyo espíritu se mantiene durante todo el relato, aun cuando se prolonga hasta nuestros días; supuestamente luminosos e ilustrados. Estamos tentados a pensar que el mundo moderno disipó las tinieblas de esas épocas pretéritas. Sin embargo, Carlos quiere recordarnos que no es así; que las sombras del pasado están a la vuelta de la esquina; y que lo que creíamos sepultado en la noche de los tiempos, vuelve a aparecer en nuestro mundo civilizado en el momento más inesperado.

 

Para concluir: como es habitual tras la lectura de toda creación inspirada, luego de leer “Visiones en la torre” me quedó en el espíritu un sedimento, un poso, que es lo que deja la buena Literatura, es decir, la Literatura con mayúsculas; y que es lo que nos enriquece como lectores y como personas. Puedo describir ese substrato con una palabra: “inquietud”.

 

La novela de Carlos me provocó inquietud; como la define el diccionario de la Real Academia Española, es decir, “falta de quietud, desasosiego, desazón”. Inquietud al pensar que la vida pueda ser eso, al menos para algunas personas: un peregrinar desesperanzado de dolor en dolor; repetido perennemente. Y también, inquietud porque pueda suceder, en la vida cotidiana, lo que deja inferir el texto: que el mundo de los sueños y el mundo real se entrecrucen, hasta que se pierda la noción de cuál es uno y cuál el otro; y de que en ninguno de ellos haya paz o tranquilidad, porque se superan en impiedad.

 

Por eso propongo a mi amable y paciente público que lea “Visiones en la torre” y que, a su término, se indague por lo que su lectura le dejó. Seguramente, cada uno de nosotros tendrá una contestación diferente, una opinión distinta; pero sin dudas, todos, vamos a coincidir en algo: en que hemos leído una novela excelente, una recomendable y creativa obra producto de la feraz inspiración y de la calidad literaria de uno de los mejores escritores que tiene nuestra Patagonia en la actualidad: el señor Carlos Dante Ferrari.