No tengo en claro qué es lo que he soñado.
Solo conservo retazos de memoria
en los que se entremezclan
el dejo amargo de un café viscoso,
el humo, el frío
y la angustia de una espera.
Veo luego unas mesas pobladas por seres anodinos,
oigo la voz de Satchmo, su música lejana,
un mocosito ofreciéndome una rosa,
el humo nuevamente y el pastoso
regusto que envenena.
Presiento esas miradas que taladran,
curiosas e invasoras.
De pronto, alguien que llega;
un silencio muy tenso, la sensación de frío,
el humo persistente
como una espesa niebla.
Se oye un reproche, la voz que me condena.
Sobre la mesa hay una rosa muerta
(la rosa color siena).
Luego los versos de Prevert, las simetrías,
un vago déjà vu, tu risa leve,
un dejo de tristeza;
alguien que me habla,
la voz que se despide.
Y desde la vereda
un niño,
un alma en pena,
la mano pequeñita que me pide
a cambio de la flor
una moneda.
Poema incluido en «Silencios desatados», Ed. Literasur, Bs. As., 2011