Río Chubut
Es la arteria vital de la meseta.
Nace donde las crestas de nieve se desangran
rindiéndose a los soles de cada primavera
y en hilos cristalinos, besando la montaña
inaugura en el llano su callada odisea.
Es un torrente antiguo, primigenio.
Sus bordes arenosos, los meandros,
sus incontables vueltas,
fueron testigos de gestas silenciosas
y bravas epopeyas.
Fluye tal como Heráclito mentara:
andando sin retorno.
Es la cinta indeleble que registra la historia
secular de esta tierra.
A sus orillas brotaron las leyendas,
crecieron las ciudades,
se gestaron los sueños.
Indómito y esquivo,
resistió los designios agrarios del pionero
anegando esperanzas y cosechas.
Pero la Fe no supo de naufragios
y se afincó a su vera.
Con cansancio estepario y añoranzas cumbreñas,
en Los Altares se prenda de lo alto
y al pie del farallón, rozando las laderas,
improvisa su arrullo enamorado
sobre un lecho empedrado de calizas,
morenas y basaltos.
El hombre ha procurado desafiarlo.
Rebelde a los desbordes y en su afán por vencerlo
buscó atrapar su curso caprichoso
edificando un muro entre las peñas.
Desconcertado, quiso entonces el río volver sobre sus pasos
y en el fallido intento,
la meseta embalsó su caudal sobre las breñas.
Muchos atravesaron sus vados sutiles y engañosos.
El mártir, el colono, el misionero;
el español, quizás, con peto y un blasón en la cimera;
el rubio explorador de las pupilas claras
guiado por el indio,
el soldado en campaña, las manadas sedientas.
En las noches serenas del estío
se funde en un torrente de cósmicos destellos.
Acrisola en su cauce tantos brillos del cielo
que llega a convertirse en una ristra
platinada de estrellas
como si el agua encauzara los reflejos
de todo el Universo.
Hoy lo miro pasar desde un barranco.
Viajero infatigable,
las ramas de los mimbres acarician su espejo.
Somos dos confidentes. Yo atisbo sus misterios
y asomado a su orilla, desnudo mis secretos
para que él los arrastre
mar adentro, muy lejos.
Reguero elemental, se ha repartido el Reino
con el Aire infinito,
con la Tierra y el Fuego.
Al andar nos revela su metáfora de agua:
es un raudal de linfa que mana de lo Eterno.
Es un viejo emisario.
¡Es el cuerpo del Tiempo!