NOCHES DE SALIERI
Sofocado por la fiebre del insomnio, el desdichado solloza, gime, farfulla, maldice, aprieta las mandíbulas, cierra los puños, traga la hiel, se arquea, da vueltas, se sacude. ¿Por qué él y no yo? ¿Por qué? Hace el intento de calmarse. Procura concentrar su atención en un punto imaginario del cuarto penumbroso, busca en el éter esa sucesión armónica que se despliegue hacia un impromptu genial, sublime. Pero es inútil: sólo recibe los fragores de su propia borrasca espiritual. Así pasan las horas. Hacia la madrugada el hombre cae al fin en un sopor inevitable, porque hasta el odio y la envidia terminan siendo derrotados por el cansancio. Entretanto, no muy lejos de allí, ignorante de todo ese suplicio, el otro -su involuntaria Némesis- sueña un concierto de cuerdas celestiales tañidas por las Musas.